Por Idris Santamaría
Fotos: Monserrat Martínez
Jueves 25 de abril 2024, 18:00 h.
Cuando despertamos en las mañanas, ¿agradecemos al universo, a dios, o a nosotros mismos por estar respirando el olor de nuestra cama? ¿Por bostezar y estirarnos amodorrados? Personalmente, no recuerdo la última vez que yo lo hice.
En México, hasta el 15 de marzo del 2024, había 110,964 casos de personas desaparecidas, de las cuales sólo se han encontrado 20,193 -según Luisa María Alcalde Luján, Secretaria de Gobernación en tales fechas-.
La mayoría de las personas que vuelven no fueron víctimas de delito, se fueron voluntariamente, como Lupe, protagonista de Canción de protesta. Yo también he fantaseado alguna vez con irme de mi casa, aunque no viva en un hogar violento. ¿Qué sucede con las personas que no gozan la misma suerte? Igual que a Lupe, el exilio los seduce. Tal vez así los extrañen.
En el escenario del Reflexionario Mocambo, un grupo de alumnos de la telesecundaria Alfonso Reyes hace una performance teatral de la novela. Van todos vestidos de negro, llevan mochilas y audífonos de casco. Caminan en fila, haciendo círculos mientras uno de ellos lee desde un atril.
La voz de Lupe suena de diferentes formas según quien le lea, caminando al filo del escenario. Su incertidumbre me resuena, porque también la he sentido, creo que muchos de nosotros. Aunque no he llegado al punto de sentir que no me queda de otra más que huir.

Usan taburetes para simular ingeniosamente los asientos del autobús en el que se sube Lupe con intención de no volver. Ahí conoce a Gato Montés, y a los 90,771 que no han regresado.
Aventurándome en la suposición, la mayoría de ellos no se fueron, sino que se los llevaron. Lupe se da cuenta de que, en realidad, no quiere desaparecer, verlo como un lujo que puede darse cuando otros no lo escogieron. Entonces, regresa a casa.

Al finalizar, los alumnos muestran pancartas sobre la desaparición forzada, con carteles de personas desaparecidas. Sus caras están inmóviles, siento que si respiro demasiado fuerte se escuchará como una ventisca.
Se rompe el silencio con el grito de los nombres de cada uno de los rostros en el papel, seguido de un “ausente”, coreado por todos los jóvenes. El público tiene hecho un nudo la garganta (el público soy yo). Cuando la sala queda en silencio, tardamos un momento en aplaudir, escuchando las notas in crescendo de Hasta la raíz, de Natalia Lafourcade. Después de tomar las fotos conmemorativas, rápidamente se reacomodan los asientos para dar paso a la charla sobre el libro.

La maestra Elizabeth Azamar está en la esquina derecha del escenario. A su izquierda se encuentran sus estudiantes, sentados en los taburetes formando un semicírculo.
Eli Azamar, como le llaman todos, es quien acercó el libro a los estudiantes que realizaron la presentación. Les agradece sinceramente e introduce la charla. “A veces no buscamos desaparecidos, sino también la desaparición de nosotros mismos”.
En medio del semicírculo está Adolfo Córdova, co-autor del libro junto con Daniela Rea, de quien dice que le hubiera encantado estar presente. Al hablar del proceso que significó hacer el libro, comenta que fue gracias a que alguien le ayudó, que pudieron transitarlo juntes al final. “Si estuviera sólo aquí, volvería a sentir miedo, porque eso fue lo que me pasó cuando traté de abordar el tema solo”. Mirando a los estudiantes a sus costados, les dice “ustedes materializaron el espíritu del libro”.

Hay más de 400 voces entre las páginas del libro, que han intentado darle palabras a aquello que consideramos innombrable. “Mientras ustedes gritaban ‘ausente, ausente, ausente’ ustedes estaban aquí ‘presentes, presentes, presentes’”, dice el autor, y se le quiebra la voz. A su lado, Rosario Lucas, ilustradora de la novela, se limpia las lágrimas. Le toma un momento hallar su voz, y cuando lo hace, dice firme en el micrófono: “Hacer este libro no fue fácil, no fue sencillo. Yo venía de hacer el proceso de búsqueda del familiar de una persona muy querida […] Me siento muy afortunada de estar aquí”.
En la pared se van proyectando parte de las ilustraciones que Rosario hizo para la novela, comenta que algunas ya las tenía hechas y calzaron perfectamente con el proyecto. Veo una en particular, que pone “Tengo edad de bailar, y estoy triste”. A mí ni siquiera me gusta bailar, pero muchas veces, me siento exactamente así. Y sé que otros también se sienten de esa manera, que tal vez ese pensamiento les ha llevado a hacer cosas imprudentes de las que podrían arrepentirse después.
“Nuestra responsabilidad como adultes es que tendríamos que hacer de este país un lugar seguro para los y las jóvenes”, dice Adolfo. Habla de jóvenes que quieren renunciar, como Lupe. De todo el trabajo que se ha hecho sobre la desaparición forzada: documental, periodístico, de ficción. Pero ellos, Adolfo, Daniela y Rosario; tenían una visión muy particular de lo que querían realizar. “No queríamos que fuera otro libro de ficción o desde lo periodístico, queríamos que le hablara ustedes, a los jóvenes”.
Adolfo trabajó por un tiempo en El Universal, y le tocó cubrir varias notas de crímenes, de sucesos trágicos. Se salió porque ya no lo soportaba, pero el horror seguía ahí afuera. “Quiero pensar que todo en mi vida me llevó a estar aquí”, afirma.
La profesora Azamar cuenta que ella y sus alumnos hicieron una playlist de la novela, antes de enterarse de que ya existía una. También le pidió a cada estudiante que eligiera un cartel de desaparecido y escribieran una carta para la persona de la foto. Al eco del micrófono, leen dos de ellas: a Vanessa y a Fátima Cecilia, y de nuevo sentimos un regusto salado en la retina.
Eli Azamar vuelve a tomar el micrófono y le pide a Manuel Casal que suba con ellos, pues fue el actor que trabajó con los chicos para realizar la presentación teatral. Se acomoda en la otra punta del semicírculo, contraria a la de la maestra. Recibe un aplauso. “Somos estudiantes” dice una de sus ahora aprendices, “esto fue lo más cercano que hemos estado al teatro”.
Los alumnos empiezan a contar sus experiencias con el libro, con la lectura en conjunto, cómo se identificaron y lo que significó acercarse a él también a través del teatro. De cómo el texto los visibiliza como parte de la sociedad, que muchas veces piensa que los jóvenes, adolescentes y niños, no tienen edad para involucrarse en ella.
“¿Cuántas veces abrazan a su hijo, le preguntan cómo está?” pregunta una chica a la audiencia. Una mamá del público contesta que ella sí trata de tener ese acercamiento, aunque muchas veces sea difícil.
Los adultos siempre están tratando no sólo de sobrevivir ellos, sino de ver que las pequeñas personas a su cargo también lo hagan, y en ese nado desesperado en mitad de la marea de trabajo, de preocupaciones, se esfuma el tiempo que pueden dedicarse para conocer realmente a los seres que (no necesariamente) nacieron de su carne.
“Quiero hacer uso de la voz para reconocerles su disposición y sus ganas. Estoy agradecido de haber trabajado con ustedes, son seres humanos extraordinarios” expresa Manuel Casal, con la voz quebrada.
En este espacio se han compartido no sólo las historias de las páginas, las reales que vemos en las noticias o la ficción que hace de amalgama. También se comparten las historias cercanas, las de los padres del público, los hijos que están sentados en el estrado. No se necesita ir muy lejos para hallar la pista de la carencia. Todos hemos perdido algo en el camino que nos ha llevado hasta hoy, aquí.
Hacia el final de la presentación, Adolfo Córdova dice “Lupe está llena de ausencias, pero regresa por todas sus presencias”. Seguimos andando. Todos los días, aunque no seamos conscientes de ello, ni susurremos un agradecimiento silencioso al extender los pies fuera de las sábanas, abrimos los ojos al mundo porque pesó más lo ganado que lo perdido.