Por Laura Ivonne Martínez

Bien dicen que lo que frecuentas en tu infancia te construye. En mi caso, fueron los viajes y las visitas a museos y sitios históricos que mis padres me regalaron -sin pertenecer al medio humanístico- los que definieron mi vocación profesional.

Tuve la fortuna de tenerlos conmigo durante un mes. Quienes viven lejos de su ciudad o país saben lo reconfortante que es tener a tu familia cerca, aunque sea por unas semanas.

Aprovechamos los días templados de la primavera para recorrer algunos lugares;uno de ellos fue el barrio de Bornova, en Izmir.

Entre la nostalgia y el descubrimiento

Vista general de la mansión Mattheys
Propiedad de la página web Arkas Sanat Bornova

Después de un desayuno con menemen -huevo, jitomate y pimiento cocinado a la turca- preparado por mi esposo, tomamos el autobús que, media hora después, nos llevaría a nuestro destino.

Bornova es un barrio que me recuerda a la colonia Roma de hace unos diez años: calles arboladas, arquitectura de inicios del siglo XX y un aire de esplendor de antaño aunque con menos oficinas y automóviles.

Réplica de casona en miniatura
Archivo personal Laura I. Mtz

Bornova conserva vestigios desde el Neolítico, pero me centraré en su etapa más reciente: fue una zona agrícola ocupada por el imperio Otomano desde 1425. En el siglo XIX se transformó en un lugar de veraneo con grandes mansiones, y entre 1919 y 1922 fue ocupado por los griegos antes de la instauración de la República.

Caminando entre inmuebles de distintas épocas, árboles frondosos y calles empolvadas en reparación, no pude evitar recordar aquellos paseos familiares por la Roma, después de comer barbacoa, donde mi padre vivió cuando era niño.

El Museo Arkas: Una mansión con memoria

Nuestra primera parada fue el Museo de arte Arkas, instalado en la Mansión Mattheys, una de las antiguas residencias rescatadas por Arkas Holding. El acceso es discreto: una pequeña caseta de seguridad te guía hacia la taquilla, donde los boletos cuestan 150 liras turcas -la mitad para mayores de 65 años- y los martes la entrada es libre.

Disposición de cédulas y piezas.
Archivo personal Laura I. Mtz. 

El museo conserva la entrada original de la casa, rodeada por un jardín exuberante con caminos de piedra y réplicas en miniatura de las casonas del barrio. Una fuente de mármol con una pareja al centro parece recordarte que cada espacio tiene una historia que contar.

Además, el sitio cuenta con cafetería, tienda de souvenirs, baños y espacios para talleres o conferencias. Todo indica que Arkas Holding busca optimizar sus recursos para auto sustentar económicamente el museo.

Vista general de la sala principal Propiedad de la página web Arkas Sanat Bornova

En el interior, las normas son claras, dejar abrigos y bolsas en los lockers, pues los pasillos son estrechos y las piezas frágiles.

La planta baja está ambientada como una casa de finales del siglo XIX, con tapices, muebles, quinqués y pinturas; es el antiguo recibidor de la casona.

Hilazas, alfombras y herencias

Subiendo las estrechas escaleras pueden verse ilustraciones enmarcadas que pertenecieron a un catálogo francés de alfombras, posiblemente del siglo XIX.

Luego, el recorrido nos conduce a una proyección sobre la elaboración de alfombras en Anatolia, sus tintes naturales y la meticulosa labor de los artesanos. En la siguiente sala, una zona lúdica permite tocar materiales, observar herramientas y reconocer los colores extraídos de las plantas.

Hilazas y tintes
Archivo personal Laura I. Mtz. 

Arkas Holding ha pensado en audiencias diversas ya que la información está disponible en turco y en inglés, y los diagramas explican con claridad las técnicas de anudado, sensibilizando al visitante sobre la complejidad de las piezas.

Para mí y mi familia, la lana y el telar evocan recuerdos de un tío abuelo que fabricaba cobijas en un telar de pedal.  

Las salas siguientes exhiben alfombras como si fueran pinturas, suspendidas o proyectadas en el techo como tapices flotantes. Algunas datan del siglo XVI hasta el XIX y proceden de palacios otomanos o talleres locales.

Todo está señalizado, denotan una catalogación minuciosa de la colección.

El regreso

Después del recorrido, salimos al parque del barrio inaugurado en 1934. Comimos helado de leche de cabra, conversamos sobre lo visto, descubrimos un restaurante de comida mexicana -cerrado, para nuestra desgracia- y finalmente caminamos de regreso a la parada de autobús.

Reflexión final

Bornova me recordó que los lugares, como las personas conservan capas de memoria. Los sitios que visitas se impregnan de recuerdos compartidos con quien te acompañan, así que escoge bien a quién le muestras tus lugares secretos o preferidos: cada paseo puede convertirse en un nuevo hilo dentro del tapiz de tu memoria.

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