Por Carlos Pérez
La noche del domingo 28 de septiembre, la bruma post-lluvia de Iztacalco fue disipada por la resonancia eléctrica y la alquimia visual de Zoé, que concretó la segunda de sus monumentales fechas en el Estadio GNP Seguros (CDMX). Lejos de ser un simple concierto en el marco de la conmemoración de los veinte años de su álbum fundacional, Memo Rex Commander y el Corazón Atómico de la Vía Láctea, la banda liderada por León Larregui ofreció una sinestesia de rock y responsabilidad cultural, demostrando por qué se les considera la última gran cofradía del rock mexicano con capacidad de llenar estadios.

El ritual comenzó con la mística telúrica de Porter, la banda invitada que preparó el terreno emocional de la audiencia. Sin embargo, el clímax llegó cerca de las nueve de la noche, cuando el imponente despliegue escénico —una de las estructuras de pantalla más grandes jamás instaladas en el recinto— se encendió, llevando a 60 mil almas por un viaje a través de su vasto cosmos musical. La lista de canciones se debatió entre la nostalgia y la vanguardia, ligando los versos psicodélicos de Vinyl y Vía Láctea con la electricidad de sus entregas más recientes, como la cadenciosa Rexsexex y la poderosa Campo de fuerza.
El concierto fue una marea de euforia coreada, con temas icónicos como No me destruyas y Arrullo de Estrellas confirmando su estatus de himnos generacionales. La banda, integrada por Sergio Acosta, Jesús Báez, Ángel Mosqueda y Rodrigo Guardiola, operó con la precisión quirúrgica de quien domina la arquitectura del sonido en vivo, mientras Larregui, con su inconfundible aura de chaman cósmico, dirigía la orquesta emocional del público, proyectada a gran escala en las pantallas laterales.

Pero el momento en que trascendió la mera pirotecnia rock & roll llegó al entonar la balada Paz. En un acto de compromiso inusual para un espectáculo de esta envergadura, el gigantesco lienzo visual se transformó en la bandera de Palestina, estampada con la leyenda “PALESTINA LIBRE“. El impactante mensaje político-humanitario (capturado por miles de smartphones y que rápidamente se hizo eco en las redes sociales) se fundió con la melodía, recordándole a la audiencia que la conciencia no está disociada del arte masivo. Zoé, en ese instante, dejó de ser solo una banda de rock alternativo para convertirse en un megáfono cultural.
El cierre, con la ya esperada aparición de Denise Gutiérrez (Hello Seahorse!) para la ineludible Luna, seguido por la catarsis colectiva de Soñé y la potencia de Dead, selló una noche en la que la banda demostró su vigor artístico y su arraigo cultural inquebrantable. Zoé no solo llena estadios; crea una memoria colectiva que hoy, más que nunca, incluye un llamado a la reflexión global. La gira apenas comienza, pero esta segunda fecha ya se inscribe como un recordatorio de que, incluso en el mayor de los shows de rock, la luz y la fuerza pueden ser sinónimos de arte y de postura ética.