Por Amira Palafox

El libro vacío, Josefina Vicens. Fondo de Cultura Económica. Primera edición FCE. Ciudad de México, 2006.

Josefina Vicens: una mujer de voz ronca, con vestimenta masculina, cabello corto y fumadora. Fue burócrata, amante de la tauromaquia, guionista de cine y periodista. Hija de un comerciante español y una madre mexicana, terminó únicamente la primaria, y aun así, llegó a ganar el Premio Xavier Villaurrutia de 1958 para la mejor novela con El libro vacío. Su inteligencia y aspiración a una educación la volvieron autodidacta y ávida lectora. En su casa había estantes llenos de libros, entre ellos, uno publicado por su abuelo: Constantino Maldonado. Fue feminista, pionera en la lucha por los derechos de la mujer ante la ley en México, y cardenista, pues fue el presidente que reconoció la lucha como algo justo y le dio fuerza al movimiento.

            Es difícil definir qué autores fueron sus influencias, pues leyó desde escritores y poetas franceses, como Rimbaud y Gide, hasta sus contemporáneos: Octavio Paz, Juan Rulfo, Salvador Novo, Xavier Villaurrutia y Rosario Castellanos. Sus dos únicas novelas, El libro vacío y Los años falsos, fueron publicadas en un lapso de más de veinte años entre ellas, por lo que sería difícil clasificarla dentro de una corriente literaria, pero es justamente esta ambigüedad lo que hace de la anécdota de El libro vacío, su ópera prima, algo que se siente atemporal.

            La nada: ése es el tema principal de la novela. José García es un oficinista con una sóla aspiración en la vida: escribir una novela que pueda llegar a publicarse. Pero lo detiene una cosa, algo en extremo simple y sin embargo determinante: no es capaz de comenzar. García tiene dos cuadernos, el primero es el que leemos, en el que escribe todo lo que se le cruza por la mente; el segundo, es el que será destinado para la novela que desea escribir. Pero Godot nunca llega. José García quiere escribir, pero lo que nos cuenta es la imposibilidad que lo detiene. Así, el segundo cuaderno se mantiene en blanco, vacío.          

          José García comienza el libro con angustia, de no saber cómo empezar, qué decir y cómo decirlo. Nos introduce a su cotidianidad aplastante, su trabajo rutinario y cómo, todas las noches, llega a cenar a su casa a hablar superficialmente con su familia y termina encerrándose en su cuarto para escribir, o no escribir. A pensar qué escribir.

Años pasaron entre la rutina y el hastío. Un día, su hijo menor le confesó que le había dicho a sus amigos que su padre era mago. No como mentira para quedar bien con ellos, sino porque realmente creía que su padre tenía poderes. Aquello conmovió a José García y en un momento creyó poder escribir lo que aparentaba ser una gran anécdota, pero no pudo. Se creía incapaz de convertirse en el ser magnífico que su hijo pensaba que era. El libro vacío es un vaivén que se mece entre el escribir y el no escribir; el ser y el no ser.

Según él, nada ameritaba formar parte de su segundo cuaderno, pero sin darse cuenta, había escrito una novela. Sobre nada, sobre no poder escribir, pero una novela. Esa es la gran paradoja de José García. Sin notarlo, había escrito con un lenguaje llano pero rico en sentimiento e imágenes vividas, una gran historia sobre un hombre de la costa mexicana incapaz de encontrar inspiración.

¿De qué se trata, entonces, El libro vacío? De la incertidumbre, de un hambre que no puede ser saciada. José García es un hombre de familia, con una esposa que lo quiere y un trabajo decente en el que acaba de obtener un aumento, y sin embargo, se siente solo, miserable. Quisiera volver en el tiempo, a una época en la que no tendría que preocuparse de nada más que de escribir, de cumplir los sueños que una sociedad preestablecida le arrebató. Ir a un tiempo en el que no deba sollozar inconsolable por lo que muere antes de vivirlo; por él, su realidad y los más agrios dolores del hombre: el amor y el adiós.

El deseo, la pesadumbre de la vida y el miedo al olvido fueron los temas, y su consiguiente atemporalidad, lo que le valió a El libro vacío el premio Villaurrutia, así como también una gran recepción, sobre todo entre sus contemporáneos. Octavio Paz, quien escribió la carta prefacio de la novela, leyó:  

Pues, ¿qué es lo que nos dice tu héroe, ese hombre que “nada tiene que decir”? Nos dice: “nada”; y esa nada —que es la de todos nosotros— se convierte, por el mero hecho de asumirla, en todo: en una afirmación de sí mismo y, aún más, en una afirmación de la solidaridad y fraternidad de los hombres.

El camino que sigue José García —que es, en efecto, el que recorremos todos los seres humanos— es el de negar la incertidumbre, el vacío que nos envuelve y encarcela; es el de luchar contra el olvido y, quizás, la muerte. Así, la última frase de El libro vacío no es solo la de encontrar la primera frase, sino que nos deja con un buen sabor de boca; es suspensiva y remite a un deseo primordial: continuar intentando, viviendo.

Un comentario en «La escritura como cura para el olvido»

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