Por Salma Fano

El sábado 21 de noviembre de 2020 llegué al cine con la emoción de ver una película en pantalla grande, en compañía de mi papá. Debido a la pandemia actual, en la entrada de la plaza toman la temperatura y te hacen pasar sobre un tapete sanitizante. Aunado a eso, cuando quieres entrar al cine hay varias medidas de prevención: el empleado que da la bienvenida lo hace con un cubrebocas y te vuelve a tomar la temperatura y a pedirte que pases sobre el tapete sanitizante, además te pone gel antibacterial en una mano. La entrada y la salida son por distintos lugares.

A pesar de estas precauciones, es triste notar el vacío que inunda el recinto. Un lugar que antes estaba lleno de personas emocionadas, con ganas de distraerse o deleitarse con arte, ahora es un sitio al que la gente le teme. Sólo los empleados, con sus cubrebocas y caretas, habitan ese lugar y, tal vez, alguna persona más.

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Foto: xataca.com.mx

La fila para los boletos estaba vacía. Tanto el taquillero como la persona de dulcería usan cubrebocas y careta. Como todavía teníamos que esperar para que comenzara la película, nos acomodamos frente a una mesa. Hay pocos lugares para sentarse, todos muy separados entre sí, sólo un par de mesas, con no más de dos sillas y los demás eran sillones individuales.

Finalmente, pasamos a la sala. Un lugar desolador, con asientos para, tal vez, trescientas personas, pero que eran ocupados por el aire. No había nadie más que nosotros. Por supuesto, no se pueden usar todos los sillones, pues ahora dejan espacio entre unos y otros para evitar contacto con extraños. Cintas amarillas, parecidas a esas que vemos en filmes policiacos, se encuentran frente a las butacas prohibidas. Observar ese desierto cinemático te hace pensar en la posibilidad de que los cines quiebren o que cierren algunos, porque ni con todas las medidas del mundo la gente asiste como antes, y entonces te preguntas qué pasaría con esas dos horas que siempre te han abrigado y permitido viajar o ver el mundo desde otras perspectivas, pero, sobre todo, ¿qué pasaría con el trabajo de todos los empleados, con su sustento, su forma de sobrevivir? Esos trabajadores ahora viven en una cuerda floja de la que pueden caer en cualquier momento.

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Foto: mxcity.mx

Antes de iniciar la película, proyectan un vídeo en el que indican todas las precauciones que toman para disminuir la posibilidad de contagiarse, entre ellas, desinfectar las salas entre cada función; además, cuando acaban los avances de otras producciones, un encargado entra y anuncia las reglas: llevar cubrebocas, te lo puedes quitar para comer y volver a poner después, y salir en orden, fila por fila y con distancia.

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Foto: amimal.mx

Finalmente, comenzó la película: El día del fin del mundo. Aunque se puede pensar que estos temas son difíciles de creer en la ficción, esta cinta me pareció bien llevada y, honestamente, bastante cercana a la realidad, no sólo en cuanto a lo que podría pasar en el fin de los tiempos, sino en cuanto a cómo se comportan los humanos frente a este tipo de situaciones: seres en pánico que, en vez de ayudar, son capaces de las peores acciones; gobiernos que ocultan la verdad y prefieren salvar a unos cuantos, sólo a los que consideran que les servirán en el futuro. Aunque también está la contraparte en algunas escenas de apoyo y cariño. En general, me mantuvo nerviosa, como si de verdad estuviera pasando. Me gustó mucho, pero si tu cuerpo y tu mente están en un momento de gran ansiedad, quizá sea mejor escoger una película más relajada.

Nunca llegó nadie más a disfrutar de la función y al salir, el cine seguía igual de abandonado. Este sitio, donde antes sucedía la magia, pareciera estar embrujado por la soledad, con fantasmas que ahuyentan a los humanos.

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