Por Yael Ávila
Seguramente podemos nombrar a diez hombres que marcaron la historia del arte, pero ¿de cuántas mujeres podemos hablar sin referirnos a ellas a través de la posesión «esposa de», por ejemplo? Camille Claudel (1864-1943) fue una escultora de origen francés, que desarrolló su talento y vida profesional a la sombra de quien fuera su mentor y amante, Auguste Rodin, considerado el padre de la escultura moderna.

En esta puesta en escena homónima a ella, la dramaturga franco-brasileña Gaël LeCornec nos permite apreciar a la musa esculpiéndose a sí misma; perfeccionando su técnica y enfrentando lo que toda mujer aspirante a ser artista suele encontrar en su camino para convertirse en una gran maestra de su disciplina.
Partiendo de esta metáfora es que el aspecto plástico de la obra resulta uno de los más notables. El atuendo de la actriz (Yuriria Fanjul) consta de una falda y una blusa casuales en el contexto de la moda femenina en la Francia de finales del siglo XIX.
El diseño de escenografía (Edyta Rzewuska) se trata de una extensa tela que cubre el suelo —con sus pliegues, claroscuros y tonos que van del sepia del barro, pasando por el gris hasta el blanco del mármol— junto con la figura de la intérprete. Los tres muros que le rodean nos sitúan en el estudio de ambos artistas, en el que transcurren momentos clave de la historia.
Asimismo, generan el espacio de su intimidad, en el que la vemos no solo desplazarse —recurriendo al teatro físico—, sino también romperse emocionalmente y volverse a construir ella misma.

Para completar el conjunto anterior, la iluminación (Patricia Gutiérrez y Diego Vázquez) resulta ser la suficiente y apropiada para destacar los movimientos, los volúmenes, las texturas y las emociones de esta escultura viviente.
El espectáculo no solo es llamativo en términos visuales, sino también por el valor y la creatividad de sus metáforas: «El amor es una caja llena de plumas y espinas. Te ciegan las plumas hasta que las espinas salen a perforarte los ojos. Plumas, espinas, cicatrices… igual al amor».
El monólogo, traducido y adaptado por Fanjul, alterna expresiones y cantos en lengua francesa aderezados con una dosis de picardía mexicana que genera una mayor cercanía con la audiencia y, de vez en cuando, también algunas risas.
Una dinámica de interacción con los espectadores consistió en una especie de reto, en el que Camille saca una caja de la cual les pide extraer algunas preguntas para hacerle, a las que ella responde con la verdad, con el fin de saber si aun conociendo su lado más repugnante Rodin la seguirá amando.
Sin embargo, un cuadro desconcertante fue cuando la actriz trajo al escenario un micrófono y se aplicó un efecto de voz durante una suerte de reclamo que hace su personaje.
Si bien el rompimiento de la cuarta pared es recurrente y se había entendido con anterioridad como parte de la convención, me parece que la introducción de este objeto y acción contemporáneos causa cierta discordancia respecto al universo y a la estética que la obra ya había establecido, por lo que podría ser un aspecto para replantearse en el diseño sonoro (Andrés Solís).
Durante la puesta en escena impera un tono activo y cómico sobre la seriedad e intimidad que también se hacen presentes.
La interpretación de la actriz está muy bien desarrollada, se ve tan natural que prácticamente toda la obra ella y Camille son una misma.
Fanjul nos presenta a una mujer de época, pero adelantada a su tiempo y desde una perspectiva actual. Y es que a Camille no se le acota a su faceta de artista, como suele ocurrir en biografías llevadas al cine desde la mirada masculina, en las que se muestra una dimensión de los personajes femeninos carente de matices, ya sea enfocadas únicamente en sus logros o en su ser estereotípicamente emocional.

En cambio, esta obra dramática nos muestra la complejidad de una mujer con toda su inteligencia, talento, resiliencia, sensualidad… y no solo se le reduce a un ser opuesto al hombre racional.
Encuentro en este caso una interesante mancuerna entre la visión del director (Diego Vázquez) y la libertad creativa que toma la actriz.
Es un ejemplo de que otros procesos de creación son posibles, en los que directores dirijan a mujeres o pretendan contar historias con una fuerte carga femenina sin reproducir los discursos hegemónicos y machistas de siempre.
¿Podría entonces catalogarse a esta obra como feminista? Por supuesto, la visibilización importa y no hay nada más feminista que eso, contar historias sobre mujeres, sus sentipensares, sus contribuciones al mundo en voz de ellas mismas, aquello de lo que ya nos hemos perdido durante gran parte de la historia.
Sin duda, Camille Claudel toma una postura reivindicadora y supera los discursos reduccionistas.
La obra es una producción de la compañía STAGE of the ARTS – México estrenada en 2019, desde entonces se encuentra activa en la cartelera capitalina y ha realizado giras nacionales como el Festival de Monólogos, Teatro A Una Sola Voz en 2021.
En esta ocasión, la puesta en escena formó parte del programa Escenarios IMSS-Cultura 2025-2026 brindando funciones el 19, 20 y 21 de septiembre en el Teatro Legaria en la Ciudad de México, así como el 26, 27 y 28 del mismo mes en el Teatro Sor Juana Inés de la Cruz en Toluca, Estado de México.