Por Carlos Pérez
El lanzamiento de “Berghain” por parte de Rosalía, en su insólita trinidad creativa con Björk e Yves Tumor, se revela como algo mucho más significativo que un simple adelanto de su próximo álbum, LUX. La pieza, cuya lírica y contexto musical han sido ampliamente diseccionados, funciona como un punto de inflexión cultural, una especie de espejo que confronta a la industria con su propia necesidad de artificio. Rosalía no solo ha entregado una canción, sino un manifiesto sobre la autenticidad y el propósito del arte en el mainstream.
La industria musical, presa de sus propias dinámicas, lleva años obsesionada con la catalogación: pertenecer a un género, ajustarse a una estética, encapsularse en un discurso. En esta búsqueda frenética por la identidad tangible, el arte ha sido despojado de su pureza; se ha transformado en un simple engranaje de la maquinaria discursiva, un paso calculado dentro de una estrategia de marca. Hemos convertido la expresión en ideología y la honestidad en marketing.

“Berghain” y el proceso creativo que lo sustenta rompen con esta cadena. Rosalía, artista que ya ha conquistado todos los peldaños de la fama global, ha optado por el acto más radical que le quedaba: soltar el control. Se ha desprendido de la necesidad de trascender a través de la representación para simplemente ser. Este retorno a lo humano, al punto donde el sentir no requiere una explicación ni una validación estética, es el golpe de timón que nadie esperaba desde el ojo del huracán.
Mientras que algunos artistas han comprendido y ejecutado esta vuelta a la esencia desde la periferia, el hecho de que Rosalía lo ejecute desde la cúspide de su foco mediático lo convierte en una lección colectiva de incalculable valor. Ella demuestra que la autenticidad, esa pureza que se creía exiliada en el circuito underground, puede subsistir e incluso florecer en medio del ruido ensordecedor de la cultura pop.
El tema “Berghain” —con su complejo equilibrio entre la mística religiosa, el deseo carnal y la densidad electrónica— no exige ser entendido, exige ser sentido. Es la demostración de que no es necesario representar algo grandilocuente para decirlo todo. Rosalía no solo ha reconfigurado el sonido de la música de masas, sino que ha intervenido quirúrgicamente su propósito.
A partir de esta obra, la artista catalana ha establecido un nuevo paradigma. El arte, tal y como lo conocemos, ha sido desafiado a renunciar a su estrategia y a reconectar con su instinto primario. Tras la honestidad brutal de “Berghain”, resulta inevitable que, tanto creadores como público, miren el panorama artístico con unos ojos irrevocablemente nuevos. La era de la justificación ha terminado; la era del sentir ha comenzado.