Por Sveiry Alatorre

Título: Temporada de huracanes

Autor: Fernanda Melchor

Editorial: Literatura Random House Lugar y año: México, 2017

Acercarse al libro de Fernanda Melchor es aceptar un lapso de desespero. Temporada de huracanas es la tercera obra de la autora veracruzana, que ha logrado conquistar con sus letras a México e inclusive a Alemania, donde fue ganadora del Premio Internacional de Literatura 2019 de la Casa de la Cultura. La novela fue publicada en 2017. No se trata de una literatura contemporánea que hable sobre el narcotráfico; se trata de una obra que nos representa a todos, a nuestra nación fracturada.

Melchor es licenciada en Periodismo, ha escrito reportajes e incluso la impresión para narrar Temporada de huracanes, nació por una noticia sobre un brujo que asesinaron; un crimen pasional — o eso decían —. La intención de la autora era hacer una crónica sobre esto, al estilo de Truman Capote; sin embargo, era exponerse demasiado así que recreó los sucesos desde la ficción.

El tema que teje a toda esta historia es el feminicidio — el asesinato de la bruja —. El machismo que no abandona; también se desprenden otros temas, como la falta de empatía, la soledad.  

Abrí su novela con una advertencia — son páginas crudas —, lo cual me sedujo.  Me intrigaba leer a una mujer del siglo XXI que describiera lo vil de una nación. No leí la contraportada, entre valientemente a su ficción; la tomé de la mano y me subí a una lanchita que me llevó de paseo por todo el pueblillo de La matosa.

Desde la primera página estuve rodeada de esa atmósfera húmeda, pero asfixiante, poco a poco me adapté al registro coloquial y oraciones largas que no te sueltan. Esperaba

encontrar un punto y aparte, pero lo único que encontré fue el cuerpo de una mujer carcomido por los gusanos. Después me encaré con personajes muy cercanos, muy apegados a la realidad; con apodos concurrentes como: el luismi, la bruja, papayon, lagarta; con groserías que se escuchan por las calles.

Melchor utiliza este tipo de lenguaje como arma de doble filo. No hunde al lector sólo con las situaciones narradas, sino lo asfixia y revuelca con el lenguaje tan explícito. Encontramos una tradición que desde hace siglos México ha aceptado y esto Fernanda lo expresa desde la suciedad del idioma, esa hibridación del español.

Cada capítulo nos habla de un personaje distinto y todos están narrados desde la omnisciencia. El primer capítulo nos presenta el conflicto a seguir, a resolver; el segundo, el tercero y en adelante son la descripción de los culpables, pero también surgen nuevas víctimas y hasta victimarios, no sólo del crimen de la bruja, sino otros crímenes que esa vida vacía los ha orillado a cometer. Al pasar los capítulos nos damos cuenta de que no hay algo por solucionar, simplemente es la crónica del suceso y cómo éste se ve rodeado de hechos con el mismo matiz lúgubre, decadente.

Cada oración es una ola que te presenta más de dos sujetos, más de tres verbos y adjetivos que complementan a las acciones. No las adornan sino las exaltan. Crean un estridente, una campana, pero nunca un piano. Al finalizar cada capítulo, Melchor procura que la última frase sea un golpe emocional para el lector. Cierra con la parte más mísera del personaje; cuando ya no hay esperanza. Usa coloquialismos de manera nata, lo que crea un vínculo con su lector; alguna persona de La motosa te está guiando en tu recorrido.

Otro aspecto interesante es la manera en como deshumaniza a sus personajes a través de los apodos. No sólo es un recurso de ambientación; también lo utiliza para hablar de la frivolidad, del distanciamiento que hay entre todos los habitantes del pueblo. Nadie conoce a nadie. El machismo que retrata la obra es honesto, también denuncia a las mujeres que ejercen en sus hogares este modo de ser, de actuar. La mujer víctima y victimaria.

El bien y el mal en esta novela no existen; aquí lo importante es la supervivencia antes que una educación moral o espiritual y todo esto lo miramos a través de sus personajes que poseen una educación bastante limitada. Por ello el registro no es elevado. Las escenas de sexo apoyan el dibujo de sus personajes porque todo es muy primitivo, incluso hasta como orinan, como comen; esa suciedad de lenguaje y situación.

La autora se apoya de su lenguaje y gramática para crear lo que su título menciona: un huracán. No te permite descansar es emoción tras emoción, lo cual puede que ahuyente a sus lectores. Esto se ve reflejado en los capítulos semifinales donde las situaciones, ya de por sí crudas, abarcan más de cincuenta cuartillas.

Más allá de aumentar el número de páginas, aumentó la densidad de las escenas y los personajes. Esto puede o no puede funcionar de acuerdo a la sensibilidad del espectador. El lector tiene la prerrogativa de abandonar la pieza o hacer una gran pausa. Es ahí cuando la lanchita que te ha llevado por cada hogar de La motosa choca contra un árbol y tienes que decidir si bajarte o seguir adelante.

Continué mi lectura porque este recurso de oraciones sin fin, funcionó. Analizando cada oración y personaje aprecié la obra como un grito. Estos dos capítulos largos son el remate de su denuncia como autora. Es la suma de los sucesos anteriores.

Es una novela cruda no sólo por el tema o las escenas descritas; es bestial por su totalidad como obra literaria. Fernanda no separa párrafos, no hace música ni poesía. Hace una literatura con los murmullos del pueblo; convierte su silencio en grito. Hace de la crónica una pieza artística. El texto abre y cierra con agua, que justo demuestra cómo aquello que te mata es la única vía de escape. Deja en ambigüedad la esperanza.

Comprendo el por qué esta obra resuena como “cruda”; al leerla estuvo presente en cada hoja una nación estancada. Como dije al principio del texto, esta obra no trata sobre el narcotráfico, sino éste ya se normalizó y ahora es parte de una escenografía.

La manera de narrar de Fernanda Melchor conversa con la nueva literatura; con la literatura que nace a partir de notas informativas o crónicas. Es la mezcla híbrida del periodismo y el arte.

El nuevo Boom se encuentra en la soledad del hombre y la realidad que constantemente supera a la ficción.

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