Emma del Carmen
@emmadelcrimen
emma.mtzyanes@gmail.com

Yo engaño a todo el mundo. La pandemia me ha permitido eso. Mentir para que mi confinamiento se vea como el mejor realizado. Sí, hago ejercicio todos los días y también como saludable, pero eso es solamente para que cuando me pese, la báscula no me haga querer vomitar todas mis entrañas. Pero eso no se lo digan a mi Instagram feed, porque ahí todo está poca madre. Allá afuera, para los que no me ven, soy el retrato de una perfección humilde que se desbalancea entre su propio ego. Yo engaño a todo el mundo.

Hace 3 años me diagnosticaron con ansiedad crónica, depresión y paranoia. Desde entonces y hasta ahora, todos los días, después de que mi juguito verde ya fue fotografiado y subido, me tomo un chocho para no pensar que el vecino está tramando el plan perfecto para asesinarme. No me pregunten sobre salir a la calle, porque mi poesía se regocija en eso: “La poesía pertenece a las calles”, disque es mi lema. Pero la realidad es que la última vez que me subí a un pesero me desmayé y, los que según yo me iban a asaltar, acabaron cuidándome. Pero es que México me confunde y las mujeres asesinadas me dicen que salir a la calle me hace un blanco fácil. Entonces es más fácil encerrarme entre mis chochos y mi privilegio.

La pandemia me ha regalado que la ansiedad de salir a la calle se vea como un futuro lejano en el que no debo pensar. Ahora tengo un excelente pretexto para no ir a ningún lado y encerrarme bajo el falsísimo argumento de que soy “una ciudadana responsable”; seamos honestos, si no me diera ansiedad salir a las calles, sería todo menos una ciudadana responsable. A mí lo que me gusta es la comodidad de saber que ahora mi trastorno tiene un lugar cómodo en donde dormir y que no soy la única que lo está haciendo. Estas cuatro paredes me han dado la libertad de ignorar que allá, en las calles, la gente se sigue muriendo.

¿Pero es un miedo ilógico? Abrir Facebook y que las noticias del momento sean: “10 mujeres asesinadas”, “el feminicida está suelto”, “secuestran niña afuera del metro”. Así cómo. ¿Cómo le voy a hacer para subirme a cualquier transporte sin estar segura de que regresaré a casa? Por eso me pregunto, ¿es un miedo ilógico? En México, el título del virus más riesgoso no lo tiene el COVID. No, ése qué. Acá nos regocijamos por tener el machismo bien clavado en los corazones. Porque nos importa más que los monumentos de nuestro Zócalo estén bien cuidaditos y que las feministas vayan a lavar platos en vez de hacer desmadres. Eso, chinga’, eso es México. Me gustaría que los que opinan sobre la “exageración” de las feministas vieran las lágrimas de una madre que lleva años buscando a su hija. Ah no, pero ahí no se meten porque les da miedo reconocer que en México matan mujeres en las calles y a plena luz del día.

Lo cierto es que ahora, mínimo, no somos las mujeres las únicas que padecemos miedo. Todos ahora tenemos un riesgo en común: contagiarnos. Y cómo desearía yo que todos los abusadores se contagiaran. Pero no puedo decir eso. Mi privilegio de niña mimada que se puede encerrar a escribir esta opinión me desvalida. Yo no puedo tener miedo porque, al final de cuentas, si a mí me secuestran voy a estar seguramente en algún Uber. Desde que me diagnosticaron no me subo a ningún pesero. Entonces sí, yo engaño a todos con mis perforaciones y mis tatuajes y mis ganas irremediables de retratarme como una badass. Pero, en realidad, tengo mucho miedo de salir a las calles de nuevo, una vez que mi cuarentena ya no tenga pretextos. Temo el día en que las noticias digan: “¡Estamos en semáforo verde”! Porque es la primera indicación de mi semáforo rojo. Y es que cómo no voy a romantizar la pandemia entre tanto privilegio.

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