Por Yahir Fragoso

El siglo XX es por excelencia la representación de la búsqueda del “Yo” en la literatura. James Joyce, Virgina Woolf o Marcel Proust son algunos de los nombres que inmediatamente saltan al pensamiento; sin embargo, la tradición literaria oriental no se queda atrás. Un ejemplo de esto es Confesiones de una máscara de Yukio Mishima.

            A lo largo de esta novela —considerada la más autobiográfica en el haber del autor—, asistimos al desarrollo de la personalidad del protagonista, Koo-chan, llevados por su propia mano. La primera persona con la que el autor nos muestra los primeros pasos de este niño resulta ser la única manera de narrar una vida que desde el principio está atravesada por la maquinaria de la psique —ya sea la del protagonista o la de otros personajes: sus primeros años están marcados por la sobreprotección de su abuela debido a su débil estado de salud, y, al mismo tiempo, por una incipiente sexualidad que repercute en su forma de ser.

Durante la adolescencia del protagonista es donde la novela cobra mayor profundidad psicológica: la homosexualidad que se había sugerido desde las primeras páginas se hace presente en la perspectiva de Koo-chan sobre juegos que a los ojos de sus compañeros son inocentes, pero que en él despiertan por primera vez un deseo sexual fuera de su imaginación. En ese momento aparece la máscara, la construcción de una personalidad detrás de la cual se esconde el verdadero ser.

            El Tokio de la Segunda Guerra Mundial es el escenario en el que Mishima ambienta su historia, una perfecta metáfora para la situación de la novela: tratar de negar el ser es la guerra más cruda. Los bombardeos nocturnos y las sirenas de alarma manifiestan perfectamente el estado de estrés en el que vive Koo-chan; un estrés que ha echado raíces tan profundas en su proceso de pensamiento y en sus emociones que incluso él —especialmente durante el periodo que narra en retrospectiva— tiene dificultades para distinguirlas. Y no son pocas las ocasiones en la que el autor lo pone sobre la mesa: el llamado a filas en el ejército y los primeros acercamientos amorosos con una mujer son algunos de ellos.

            Como siempre sucede, parte del encanto de una obra literaria se pierde al acercarse mediante una traducción, y en este caso es particularmente notorio al ser tan distante de nosotros el punto de partida. A pesar de esto, la prosa logra transmitirnos la melancolía por ese algo que nunca se muestra del todo, por la posibilidad de ser uno mismo más allá de los convencionalismos. Mishima construye esta obra maestra —en la que conviven sutilmente la tradición literaria japonesa con la influencia occidental— con una prosa que se desborda hacia el interior, a ese abismo que llevamos con nosotros, que nos mueve, pero que pocos nos atrevemos a mirar.

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