Por Amira Palafox

Cuando Chinua Achebe comenzó a escribir su African Trilogy en 1958, tuvo la intención de romper con los estigmas coloniales que se tenían de África dentro de la literatura. Opiniones como las de Joseph Conrad en El corazón de las tinieblas, Mister Johnson de Joyce Cary y Prester John de John Buchan, en las que los africanos eran vistos como sub-humanos que debían aprender de los europeos valores como el pudor y la responsabilidad, eran estudiadas como muestra irrefutable de la vida en África. Durante su formación estudiantil, Chinua Achebe creció odiando el “ser africano” porque consideraba que no podía aspirar a nada más que ser astuto, en cualquier escenario, pero pronto se dio cuenta de lo peligroso que era eso. ¿Qué hay de los valores con los que creció? El color de nuestra piel y el lugar de donde venimos no nos hace menos humanos que aquellos que alegan ser superiores a nosotros.

La tolerancia y el respeto comienzan por la información. Los valores se llevan en la frente y no en el bolsillo, y junto a ellos yacen las tradiciones y creencias cosmogónicas que rigen el día a día de la gente. Recordemos que todos los pueblos de la Tierra se formaron a partir de la oralidad. Tan sólo México está plagado de relatos orales. El pueblo mexicano se burla y bebe con la muerte, puede transformarse en nahual y pasar de ser humano a ciempiés en una noche, y hace embrujos para enamorar o asesinar a alguien con el simple chasquido de un dedo. Y, como México, África tiene una cultura oral arraigada en tradiciones que en un occidente pragmático son consideradas mágicas y hasta imposibles. Chinua Achebe, al reconocer el peligro que implicaba que se les considerara a los africanos sub-humanos y hasta salvajes por naturaleza, no sólo por su color de piel y tipo de vivienda, sino también por su sistema de creencias, se volvió a la pluma para escribir su versión de la historia. Es a partir de esa exploración de la verdad que nace Todo se desmorona. Esta novela, escrita en 1958, representa el arte de cuestionar. ¿Qué conocemos como real?

Al explicar el cotidiano del pueblo Igbo y demostrar el punto de vista del colonizado, era imposible que Achebe no incluyera elementos mágicos, o reales, dentro de su obra. Y digo reales porque si vamos a leer sobre un lugar diferente al nuestro es necesario aceptar sus mitos, tradiciones y leyendas como un microcosmos único. En su novela, Achebe muestra que la oralidad es la que forja el pensamiento de su pueblo.

Ekwefi, la madre de Ezinma, le cuenta la historia de una tortuga que, por codicia, engañó a las aves. Le otorgaron alas para asistir a un banquete en el cielo, pero cuando se dieron cuenta del engaño, lo dejaron caer, ocasionando que su caparazón se cuarteara y fuera irregular. Con la introducción de este mito, Achebe demuestra que los Igbo son un pueblo que parte del relato oral para explicar lo que existe y la gente verdaderamente lo reconoce verosímil.

En otro momento de la novela, Chielo, la matriarca y hechicera, acude a la familia para informarles que la diosa Agbala del oráculo de las colinas y cuevas desea ver a Ezinma y, como los dioses no deben ser cuestionados, la hechicera carga a Ezinma en su espalda y parten a las cuevas en las afueras de los nueve pueblos. Allá, la joven es capaz de observar apariciones, figuras humanas disueltas en la oscuridad de la noche. Achebe nos otorga el beneficio de la duda: ¿acaso Ezinma vio en verdad a un hombre escalar una palma con la cabeza apuntando a la tierra y los pies al cielo?

A lo largo de la novela, Achebe muestra lo dependientes que son las tradiciones Igbo del contar historias y el lenguaje, lo que lleva a la inevitable pregunta: ¿qué tan rápido pueden abandonar estos pueblos sus tradiciones con la introducción de nuevos idiomas y pensamientos? Mientras no se atente contra la integridad física y moral de los integrantes de un lugar, es importante intentar salvaguardar sus tradiciones y cultura. Chinua Achebe lo sabía y es por ello que decidió alzar la voz y escribir su African Trilogy, para que la voz de los colonizadores no opacara la de todo un continente, así como en América Latina lo hicieron escritores como Alejo Carpentier, Miguel Ángel Asturias y Juan Rulfo, quienes dialogan con la cultura indígena y rescatan el sueño de pueblos antes olvidados como Comala, el legado del Popol Vuh y de hombres mágicos, como Mackandal.

En México tenemos historias similares a las que narra Chinua Achebe en Todo se desmorona. Por ejemplo, hay una que explica el conejo en la Luna y por qué los coyotes aúllan por las noches. Huyendo del depredador, la Luna se compadeció de un conejo quien desesperado brincó tan alto que salió volando hasta sus brazos, y el coyote, sin saber cómo es que el conejo lo logró, aulla todas las noches lamentando la pérdida de aquel bocado. Con historias así, tan verosímiles dentro de las comunidades que las cuentan, cabe preguntarnos si se trata de imaginación o de recuerdo.

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